El manifiesto de la ciudad
¿Por qué no
intentar en este momento, que no es grave, mirar por la ventana? Éste es el
puente. Éste el río. He ahí la Penitenciaría. Ahí está el reloj. Y Recife. Y el
canal. ¿Dónde está la piedra que siento? La piedra que aplastó la ciudad. En la
forma palpable de las cosas. Porque ésta es una ciudad realizada. Su último
terremoto se pierde en la memoria. Extiendo la mano y sin tristeza recorro de
lejos la piedra. Algo se endurece en la flecha de acero que indica el rumbo de
Otra Ciudad. Este momento no es grave. Aprovecho y miro por la ventana. He ahí
una casa. Palpo tus escaleras, las que subí en Recife. Después, la pilastra
corta. Estoy viéndolo todo extremadamente bien. Nada se me escapa. La ciudad
trazada. Con qué ingeniosidad. Albañiles, carpinteros, ingenieros, santeros, artesanos
(éstos contaron con la muerte). Estoy viendo cada vez más claro: ésta es la
casa, la mía, el puente, el río, la Penitenciaría, los bloques cuadrados de
edificios, la escalera vacía, la piedra. Pero hete aquí que surge un Caballo.
Es un caballo con cuatro patas y cascos duros de piedra, pescuezo potente, y
cabeza de Caballo. He ahí un caballo. Si ésta fue una palabra resonando en el
suelo duro, ¿cuál es su sentido? Qué hueco es este corazón en el pecho de la
ciudad. Busco, busco. Casas, calles, escalones, monumento, poste, tu industria.
Desde la más alta muralla, miro. Busco. Desde la más alta muralla no recibo
ninguna señal. Desde aquí no veo, pues tu claridad es impenetrable. Desde aquí
no veo, pero siento que algo está escrito a carbón en la pared. En una pared de
esta ciudad.
Clarice Lispector
En: Silencio, 1974