En Eudossia, que se extiende hacia arriba y hacia abajo, con
callejas tortuosas, escaleras, callejones sin salida, tugurios, se conserva una
alfombra en la que puedes contemplar la verdadera forma de la ciudad. A primera
vista nada parece semejar menos a Eudossia que el dibujo de la alfombra,
ordenado en figuras simétricas que repiten sus motivos a lo largo de líneas
rectas y circulares, entretejida de hebras de colores esplendorosos, la
alternancia de cuyas tramas puedes seguir a lo largo de toda la urdimbre. Pero
si te detienes a observarla con atención, te convences de que a cada lugar de
la alfombra corresponde un lugar de la ciudad y que todas las cosas contenidas
en la ciudad están comprendidas en el dibujo, dispuestas según sus verdaderas
relaciones que escapan a tu ojo distraído por el ir y venir, el hormigueo, el
gentío. Toda la confusión de Eudossia, los rebuznos de los mulos, las manchas
del negro de humo, el olor del pescado, es lo que aparece en la perspectiva
parcial que tu percibes; pero la alfombra prueba que hay un punto desde el cual
la ciudad muestra sus verdaderas proporciones, el esquema geométrico implícito
en cada uno de sus mínimos detalles.
Perderse en Eudossia es fácil: pero cuando te concentras en
mirar la alfombra reconoces la calle que buscabas en un hilo carmesí o índigo o
amaranto que a través de una larga vuelta te hace entrar en un recinto de color
púrpura que es tu verdadero punto de llegada. Cada habitante de Eudossia
confronta con el orden inmóvil de la alfombra una imagen suya de la ciudad, una
angustia suya, y cada uno puede encontrar escondida entre los arabescos una
respuesta, el relato de su vida, las vueltas del destino.
Sobre la relación misteriosa de dos objetos tan diversos
como la alfombra y la ciudad se interrogó a un oráculo. Uno de los dos objetos
—fue la respuesta— tiene la forma que los dioses dieron al cielo estrellado y a
las órbitas en que giran los mundos; el otro no es más que su reflejo
aproximativo, como toda obra humana.
Los augures estaban seguros desde hacía ya tiempo de que el
armónico diseño de la alfombra era de factura divina; en este sentido se
interpreto el oráculo, sin suscitar controversias. Pero del mismo modo tú
puedes extraer la conclusión opuesta: que el verdadero mapa del universo es la
ciudad de Eudossia tal como es, una mancha que se extiende sin forma, con
calles todas en zigzag, casas que se derrumban una sobre otra en la polvareda,
incendios, gritos en la oscuridad.