LAS CIUDADES Y LOS OJOS. 5
Vadeado
el río, traspuesto el paso, el hombre encuentra enfrente, de pronto, la ciudad
de Moriana, con sus puertas de alabastro transparentes a la luz del sol, sus columnas
de coral que sostienen los frontones con incrustaciones de piedra serpentina,
sus villas todas de vidrio como acuarios donde nadan las sombras de las bailarinas
de escamas plateadas bajo las arañas de luces en forma de medusa. Si no es su
primer viaje, el hombre sabe ya que las ciudades como ésta tienen un reverso: basta
recorrer un semicírculo y será visible la faz oculta de Moriana, una extensión
de metal oxidado, tela de costal, ejes erizados de clavos, caños negros de
hollín, montones de latas, muros ciegos con inscripciones desteñidas, asientos
de sillas desfondadas, cuerdas buenas sólo para colgarse de una viga podrida.
De
parte a parte parece que la ciudad continuara en perspectiva multiplicando su
repertorio de imágenes: en cambio no tiene espesor, consiste sólo en un anverso
y un reverso, como una hoja de papel, con una figura de este lado y otra del
otro, que no pueden despegarse ni mirarse.