LAS CIUDADES Y LA MEMORIA. 5
En
Maurilia se invita al viajero a visitar la ciudad y al mismo tiempo a observar
viejas tarjetas postales que la representan como era: la misma plaza idéntica con
una gallina en el lugar de la estación de ómnibus, el quiosco de música en el lugar
del puente, dos señoritas con sombrilla blanca en el lugar de la fabrica de explosivos.
Ocurre que para no decepcionar a los habitantes, el viajero elogia la ciudad de
las postales y la prefiere a la presente, aunque cuidándose de contener dentro
de las reglas precisas su pesadumbre ante los cambios: reconociendo que la magnificencia
y prosperidad de Maurilia convertida en metrópoli, comparada con la vieja
Maurilia provinciana, no compensan cierta gracia perdida, que, sin embargo, se puede
disfrutar solo ahora en las viejas postales, mientras antes, con la Maurilia provinciana
delante de los ojos, no se veía realmente nada gracioso, y mucho menos se vería
hoy si Maurilia hubiese permanecido igual, y que de todos modos la metrópoli
tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar
con nostalgia lo que era.
Hay
que cuidarse de decirles que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el
mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables
entre sí. En ocasiones hasta los nombres de los habitantes permanecen iguales,
y el acento de las voces, e incluso las facciones; pero los dioses que habitan
bajo esos nombres y en esos lugares se han ido sin decir nada y en su sitio han
anidado dioses extranjeros. Es inútil preguntarse si estos son mejores o peores
que los antiguos, dado que no existe entre ellos ninguna relación, así como las
viejas postales no representan a Maurilia como era, sino a otra ciudad que por casualidad
se llamaba Maurilia como ésta.